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Este es un texto que escribí el verano pasado, tras una caída monumental en casa de un amigo y que retoqué escuchando la canción del mismo nombre de M-Clan.



Tic-tac. Un incesante tic-tac que se eleva en la oscuridad de la casa vacía, resuena en cada habitación, cada pasillo y cada esquina del solitario lugar. Un sonido rítmico y repetitivo que se va introduciendo en su cabeza de forma inquietante y obsesiva, como el frío goteo de un grifo mal cerrado. Un sonido que evita el sueño, ahuyentándolo en la negrura del dormitorio, a través de la puerta, saliendo precipitadamente del pasillo y de la casa.


El sueño ha huído, ahuyentado por el incesante tic-tac que sigue resonando. Una vibración que se hace cada vez más pesada y maciza, que cada segundo que pasa se vuelve más intranquilizante. El vello de punto bajo las sábanas que ya le cubren hasta los ojos, un calor sofocante y empalagoso bajo ellas, y un aroma fuerte y sucio a sudor condensado. Es el mismo sudor frío que le recorre las sienes y le resbala por los contornos de los ojs abiertos de par en par, un sudor que se escurre por la espalda empapando las sábanas que le sirven de refugio, que le resbala por la aletas expandidas de la nariz, elq ue le empapa las ingles y las axilas. Es el miedo y el terror, que han secado la boca y extremecido hasta la última de sus entrañas, y son lo que haora hacen que se aferre con fuerza a las sábanas, como si el confortable torzo de tela fuera el mejor de los escudos contra cualqier amenaza que hubiese en el interior del pasillo y avanzase al ritmo del sinuoso sonido del reloj.


Se decide, finalmente, explorará la casa y parará el reloj. "Sí", se repite mentalmente, "exploraré una casa que está vacía, sé que está vacía, y pararé lo que produce el inquietante sonido que estremece mi alma y mi ser". Una campanada suena, parece que busca amenazarle con su avance, y eso hace, sus manos comienzan a temblar y se aferra al borde de la mesita que hay junto a la cama, las piernas le tiemblan mientras nota como el sudor le resbala por los muslos bajo el pantalón del pijama. Apoyándose, más que guiándose, por los muebles de la habitación, alcanza la llave de la luz, al presionarla no hay ningun cambio, vuelve a hacerlo con rabia, no hay novedad, decide hacer un nuevo intento con la llave del pasillo.


Parece caminar cobre una cornisa bajo la cuál se extiende un gran vacío, avanza pegado a la pared, con los brazos extendido frente a su cuerpo y trs él; puede oír el suave roce sus pies desnudos sobre la madera del suelo y siente el frío roce de los azulejos de la pared en su espalda mojada. La angustia le invade, siente un hondo deseo de tragar saliva pero sólo encuentra una boca seca. Un cuerpo frío y liso, saliendo como un apéndice de la pared llama la atención de sus manos. La llave de la luz, la presiona esperanzado, pero el resultado es el mismo que en la habitación. Ninguno.


Los fusibles, los malditos viejos fusibles. Se repite maldiciendo una de las geniales de Thomas Edison. Una mueca se dibuja en sus labios. Bajar, hay que bajar, los fusibles están abajo, junto al reloj. Hay que bajr, restablecer los fusibles y parar el reloj; o viceversa, le da igual. El tic-tac del reloj parece volverse más potente y amenazador, mientras que avanza por la negrura del pasillo, con la espalda pegada a la pared, en busca de las escaleras que le lleven al piso inferior.


Empieza a oír otros sonidos que le inquietan y acompañan al ticatac del reloj conforme se acerca a la escalera. Un resoplido vibrante y un sonido parecido a la percusión que va siguiendo un rápido un-dos, un-dos. Su respiración y su corazón se han acelerado, escapando de su control. Con su diestra toca a ciegas el pasamanos de la escalera, espira aliviado mientras con el dorso de su zurda se seca el rostro, el monotóno soniquete ya no le parece tan amenazador. Deliza con suvaidad la mano sobre el pasamanos y se dispone a contar mentalmente los 14 escalones que está bajando, cuando poné el pie desnudo sobre el primer escalón siente como algo le atraviese la carne de la planta de su pie. el grito de dolor y el espamo involuntario de pasar todo el peso del cuerpo al pie contrario no tardan en llegar. el grito se convierte en un aullido de terror, el cambio de peso le ha hecho perder el equilibrio y ahora se precipita escaleras abajo, tapando con su estruendo al caer, el inocente tintineo que suena de fondo.


Cuando finalmente deja de caer, no se levanta, un silencioso charco rojo óxido se forma bajo su cuerpo, mientraas que el inocente tintineo se convierte en un ronroneo y muere en un leve golpe seco, mientras que sigue el inquietante tic-tac del reloj. El cuerpo de César, caído bocaarriba en el piso, la expresión de horrror dibujada en su rostro mientras que la sangre manaba tras su cabeza y una dorada pieza redonda con dientes a pocos centímetros de su mano derecha.

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